“Como un auxiliar de esta acción divisionista
encontramos en ella una cierta connotación mesiánica, por medio de la cual los
dominadores pretenden aparecer como salvadores de los hombres a quienes
deshumanizan. Sin embargo, en el fondo el mesianismo contenido en su acción no
consigue esconder sus intenciones; lo que desean realmente es salvarse a sí
mismos. Es la salvación de sus riquezas, su poder, su estilo de vida, con los
cuales aplastan a los demás”
Paulo Freire
“Nadie amasa una fortuna sin hacer harina a los demás”
Manolito (Mafalda)
Pasó lo que la realidad anunciaba: un tren de la línea
Sarmiento no pudo detenerse en la estación terminal Once e impactó contra la
barrera de contención del andén, ocasionando
la muerte de 51 personas y las heridas de cientos y cientos.
Pasó lo que todos sabían que pasaría, lo que ha pasado
muchas veces en menor medida sin llegar a ser una masacre y así seguíamos…pero
esta vez pasó y muchos sufrieron, se indignaron, sintieron al capitalismo más
perverso y corrupto encima de sus cabezas.
El motivo por el cual la gente se indigna es el mismo
motivo por el cual a muchos -empezando por los dirigentes estatales y
empresariales- no les importa ni un poco, a saber: se trataba de gente trabajadora,
común, de todas las edades, pobre, esa que viene del “lejano oeste” a trabajar
todos los días o, desde otra visión, lo que mucha “gente bien” piensa y poca se
anima a decir: negros de mierda del conurbano.
A la clase trabajadora le pegó fuerte porque sabe bien
de qué se trata. Viajar todos los días en forma deplorable, entrando a las
patadas, por las ventanas, colgados en las puertas o en el entre vagón es algo
de todos los días, como ir a trabajar y que te menosprecien. Esa “normalidad”
que en Argentina se transforma en naturalidad en un abrir y cerrar de ojos y
que ya nadie nunca más cuestionará hasta que pasa algo como lo de Once.
Si el capitalismo aumenta nuestras posibilidades
reales de morir y empeora nuestra calidad de vida en el día a día, en Argentina
estas características se exacerban para la población pobre. Los que tienen
temen que los que no tienen les roben, se organicen, expropien, esa bandera
roja que siempre aflora por algún lado. Los que no tienen temen que los que
tienen los maten con sus robos de cuello blanco, con su explotación, con su
inoperancia de chupa sangre con pocas luces, con su corrupción. La lógica
individualista del capitalismo genera miedo en las dos clases antagónicas.
Nadie está tranquilo porque todos temen. El siervo al látigo del amo, el amo a
quedarse sin látigo.
Como
mencionaba previamente, no es novedad que esto pase y todo el que vive en
Argentina lo sabe. De hecho, el incidente ferroviario más reciente ocurrió en
enero de este mismo año cuando ocho personas sufrieron heridas por caer a las
vías del tren San Martín, donde viajaban en los escalones. Un mes antes,
dieciocho personas habían sido heridas cuando un tren de la línea Roca chocó a
otro que estaba detenido en la estación de Temperley. Anteriormente, entre 2010
y 2011, se habían vivido seis situaciones más, entre las que se destacan: el
choque entre un tren y un colectivo en el barrio de Flores, donde murieron once
personas y el choque entre dos formaciones del ferrocarril San Martín en San
Miguel en donde se lamentaron cuatro muertes y más de un centenar de heridos[1].
Los ejemplos son numerosos y la ridiculez de que todavía existan pasos a nivel
con obsoletas señalizaciones porque no se iniciaron las obras de soterramiento
arriesga la vida de cada uno de nosotros cada vez que cruzamos una vía.
Tampoco es
un problema de la red ferroviaria únicamente. Es, más bien, un problema del
sistema de transportes en Argentina. En 2011, murieron -en promedio- 21
personas por día en accidentes de tránsito, siendo la principal causa de muerte
de personas menores de 35 años en nuestro país.
En rigor,
salir cada día a la calle es una lotería en donde la muerte es el primer
premio. El gobierno que se dice nacional y popular es el principal responsable
de hacer jugar, involuntariamente, a toda la población trabajadora a esta
tómbola macabra.
En el caso
particular del accidente de Once, la masacre se vio exacerbada por la
inoperancia de los equipos de rescate. Varios días llevo identificar a los
cuerpos heridos y difuntos pero lo más aberrante es que hubo un caso con nombre
propio que se ha convertido en la imagen de la bronca, la impotencia, la
tristeza: Lucas, un joven de 20 años que murió aplastado por el impacto y que
fue encontrado 57 horas después del accidente en el mismo tren que,
supuestamente, había sido revisado varias veces por los responsables de las
tareas de rescate.
Es cierto que la desinversión estatal no es
sólo obra de este gobierno. Hace décadas que esto sucede. Pero no por ello el
gobierno de CFK es menos responsable. Como en tantas otras cuestiones, es un
continuador de las políticas defensoras de los intereses del capital en
perjuicio de los sectores trabajadores de la sociedad argentina.
Es verdad que Menem aniquiló lo que quedaba de un ferrocarril ya maltrecho pero
también es cierto que De la Rúa no movió un dedo, que Duhalde continuó con las
concesiones declarando la emergencia del transporte y que los Kirchner -y su
funcionario Ricardo Jaime- eran aliados directos de los empresarios que no
invertían y que se guardaban en sus bolsillos los subsidios millonarios que el
estado entregaba, privilegiando el uso del transporte de mercaderías por
camiones en las también maltrechas rutas argentinas.
Por su
parte, la dirigencia kirchnerista no hace más que sostener que lo acontecido en
Once es el legado de las políticas neoliberales de los 90, sumada a la
irresponsabilidad de la empresa TBA, encargada de administrar el ramal Mitre y
Sarmiento del ferrocarril. El gobierno pretende despegarse del grupo Cirigliano
de varias formas, aunque siempre denota una incapacidad política y técnica
asombrosa y una falta de “tacto humano” que se expresa en las declaraciones y
los silencios de sus principales dirigentes, veamos:
El primero
en hablar fue el secretario de transporte, Juan Pablo Schiavi, quién sostuvo
que si hubo tantos accidentados fue por esa “cultura” argentina de viajar en el
primer vagón para bajar antes. Parece que el señor Schiavi no conoce las
presiones que reciben los trabajadores con el plus por presentismo. Esa
“cultura” argentina se llama no llegar tarde para no cobrar menos, ser
sancionado o directamente despedido.
Otra
gloriosa declaración de este mamarracho inoperante -que hace poco tiempo
trabajaba para Macri y ahora se pelea con él, como el mejor militante
camporista- fue decir que, si hubiese sido feriado, el choque no hubiese sido
tan trágico. Perfecto, de lo que se trata es de no salir de casa así no pasa
nada trágico y no andamos reclamándole “pavadas” al gobierno nacional que tiene
cosas más importantes que atender…como Malvinas (?)
Al poco
tiempo, salieron a la luz más declaraciones de otros funcionarios K, como las
del Jefe de Gabinete, Abal Medina, quién sostuvo que “el problema de los trenes
es un mal heredado del gobierno de Frondizi” y que “las vidas que se perdieron,
se perdieron”. Además, no dudo en destacar la inversión “histórica” del
gobierno en la red ferroviaria. Ninguna alusión a la inoperancia y desinversión
de TBA, ni a los controles que el gobierno actual debería ejercer sobre la
empresa responsable.
El gobierno
nacional se consagró con una frase que roza lo perverso, cuando Nilda Garré
afirmó que el joven "se encontraba
dentro de la cabina de conducción del motorman del cuarto vagón, lugar vedado a
los pasajeros, que se hallaba en desuso y sin comunicación con el interior del
mismo por hallarse las puertas clausuradas". Una nefasta declaración que
pone como responsable a la víctima de una situación de corrupción extrema de la
que ella forma parte o, al menos, es cómplice.
Finalmente, la presidenta, abanderada de los humildes, opto por el
silencio y un viajecito al Calafate como para relajar un poco. Apareció en un
discurso en Rosario, casi una semana después de lo ocurrido, en donde se
victimizó de una forma asquerosa, con un discurso que refirió a Dios y “a él”.
Se intentó camuflar entre los que padecen el dolor de una pérdida, como si la muerte de su marido fuera comparable con
las muertes que su gobierno ocasiona día a día con sus políticas para
empresarios.
En resumen,
la actitud del gobierno fue oscilante entre el “despegue” de la situación, el
silencio y una serie de frases que generaron más repudio. Se buscó también
responsabilizar al maquinista del tren y recurrir al tan conocido “error
humano”. Pero hubo un hecho que materializó la cara de piedra y el doble
discurso, baluartes de este gobierno Nac & Pop, a saber: la presentación
como querellante en la causa que investiga lo sucedido en Once. Esto es
simplemente aberrante y ningún jurista honesto puede permitirlo. Los
querellantes deben ser los familiares de las víctimas y no los responsables de
dicha masacre. Es una actitud que busca desentenderse de su responsabilidad y
que busca ser juez y parte de la causa. De hecho, es una estrategia que varios
“vivos” intentaron usar en otras situaciones: por ejemplo, con el crimen de
María Marta García Belsunce, su marido, Carlos Carrascosa, se intentó presentar
como querellante, pero la justicia se lo impidió. No actuó igual respecto del
gobierno nacional.
El gobierno
sabe que es cómplice y responsable del estado de los trenes, sabe que el grupo
Cirigliano creció como nunca desde los 90 a esta parte y sabe que el Secretario
de Transporte de Néstor, Ricardo Jaime, era un aliado incondicional de dicho
grupo empresario, acusado y procesado por varias acciones ilegales en pos de
beneficiar a TBA. Lo peor, y el gobierno K también lo sabe, es que la gente lo
ve todos los días, que no puede ocultarse con un par de informes bien editados
por 678 porque la gente padece el mal funcionamiento a diario.
Tampoco son
manipulables los datos duros que aporta la Auditoría General de la Nación y la
CNRT, organismo dependiente del estado nacional, quién entre 2002 y 2011 labró
451 infracciones contra TBA por el mal funcionamiento del servicio, ni son
manipulables las declaraciones de los delegados combativos de la Lista Bordó
que hace años que vienen denunciando las irregularidades que ponen en riesgo la
vida de operarios y pasajeros a diario.
Pero no, el
gobierno actúa como si nada, interviene TBA recién ahora y “apura” públicamente
a la justica poniéndose a la vanguardia de una investigación que lo debería
poner en la primera fila del banquillo de los acusados.
En rigor, lo
de Once no es un accidente, ni una tragedia sino más bien una masacre o
directamente un crimen, un crimen social de la lógica capitalista con un estado
burgués que deja hacer a cualquier precio. Al igual que Cromañon o los
derrumbes que hubo últimamente en la Ciudad de Buenos Aires, todos saben que
esta desidia acumulada en algún momento estalla pero de todos modos no importa
si total después nos lavamos las culpas, lo recordamos “a él” que nos mira
desde el cielo, todos lloramos, reconocemos que somos un poco culpables, que es
parte de la cultura argentina y dale que va…
Toda vez que
suceden este tipo de masacres digitadas desde el poder, quedan a las claras las
incapacidades del capitalismo argentino de invertir lo necesario para preservar,
como mínimo, la seguridad de los trabajadores. Los empresarios solo buscan
maximizar las ganancias reduciendo los costos, como buen burgués, pero en
Argentina se encuentran con la facilidad de tener un estado mega corrupto e
inoperante que le da rienda libre a su instinto chupa sangre y asesino.
Lo paradójico
de lo ocurrido en Once es que, en este caso, la masacre la fuimos financiando
nosotros a través de los subsidios otorgados durante todos estos años. Es
decir, los trabajadores en Argentina van pagando su propia sepultura en cuotas
hasta el día en que una simple acción rutinaria como trasladarse al trabajo
puede devenir en una sangrienta película de terror, dolor y negligencia.
En
conclusión, este es un crimen súper anunciado que se produce exclusivamente por
la lógica del capitalismo que, en Argentina, aparece como más dramático porque,
gracias a la visión cortoplacista que reina en todos lados, ni siquiera se
procura preservar la vida del obrero al que se le pretende expropiar el fruto
de su trabajo, como si se hace en países capitalistas más desarrollados.
Sin embargo, esto no equivale a decir que no hay nada
por hacer porque es un suceso propio del capitalismo. Por el contrario, es el
momento de reclamar la inmediata renuncia de, al menos, el secretario de
transporte y el ministro de planificación.
Acto seguido, exigir el juicio y castigo a los dueños
de TBA y a todos los que actuaron en complicidad con estos empresarios.
Finalmente, exigir la inmediata nacionalización de
todo el sistema de ferrocarriles. Aquí el tema es más complejo porque no
alcanza con que el mismo estado corrupto que no supo controlar a los
empresarios de TBA, ahora se haga cargo de la administración de los trenes. Es urgentemente
necesario que la gestión del ferrocarril esté auditada por los trabajadores ferroviarios
y por los usuarios que deseen participar. Solo de esta manera, podemos
presionar para que el capital y sus representantes no se sientan impunes de
hacer lo que le plazca jugándose la vida de la clase trabajadora en esta ruleta
rusa de hierro.
[1]
Se estima que, entre 1996 y 2004, los accidentes registrados solo en el ramal
Sarmiento fueron 1.198, en tanto que, entre 2004 y 2012, se registraron 1700
heridos y 125 muertos a nivel nacional.
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