martes, 13 de marzo de 2012

El dinero como abstracción: fetichismo y capital usurero en la sociedad actual.

 “El dinero en cuanto medio y poder del universal (...) para hacer de la representación realidad y de la realidad una pura representación, transforma igualmente las reales  fuerzas esenciales humanas y naturales en puras representaciones abstractas y por ello en imperfecciones, en dolorosas quimeras, así como, por otra parte, transforma las imperfecciones y quimeras reales, las fuerzas esenciales realmente impotentes, que sólo existen en la imaginación del individuo, en fuerzas esenciales reales y poder real”

Karl Marx



   Es un hecho, vivimos en el edén del dinero. Todo es dinero, todo se compra y se vende, todo es negociable y corrompible por el dinero. El sistema de producción capitalista logró hacer de todos nosotros unos amantes fetichizados de eso que dimos en llamar dinero.


   La historia de la humanidad y su cultura es un camino de abstracciones cada vez mayores que se manifiestan en todas las esferas. Basta pensar en algunos ejemplos: uno de ellos es eso llamado Dios que pasó de ser fenómeno natural (el sol, la lluvia, el viento), a ser un árbol o los dioses orgiásticos y vengativos del olimpo, para convertirse, finalmente, en un Dios único creador del cielo y la tierra, sin cara ni cuerpo, energía divina y magnánima, amén. El desarrollo tecnológico es otro buen ejemplo: pasamos de comunicarnos con mensajeros que andaban día y noche para trasladar un mensaje, a palomas, al telégrafo, al teléfono, al teléfono móvil, a la computadora con cámara, etc. Es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad fue haciendo que todo lo concreto deviniera en abstracto y muchas veces perdemos de vista cual es el contenido real de las cosas, porque simplemente nos quedamos en la apariencia abstracta construida en la mente humana, sin entender la materia real que sustenta esa representación.


   Lo que quiero desarrollar en este texto es otro ejemplo de lo antedicho, a saber: el dinero. Veamos un poco su historia para ir desengranando su forma actual.

   Cuando las sociedades comenzaron a tener un excedente y a comerciar entre sí, la primera forma de intercambio fue el truque, esto es, se cambiaba un bien o servicio cualquiera con un valor de uso explícito por otro que se considerara equivalente en conformidad con ambas partes del intercambio (la forma del intercambio es M-M). Evidentemente, ésta es la forma de intercambio más básico entre dos personas pero conlleva la gran limitación de que los intercambios dependen de las necesidades individuales en un momento dado, por lo que resulta difícil congeniar las dos necesidades en tiempo y espacio para que sea efectivo el trueque. Por ello, poco a poco se empezaron a usar determinados bienes que eran más demandados por la población a causa de su utilidad como medio de cambio para obtener otras mercancías. Es irrelevante determinar que bienes se usaron en cada momento (piedras, metales, plumas, especias) pero lo que es fundamental es comprender que en algún momento de la historia de la humanidad se empezaron a aceptar ciertos bienes no perecederos como medio de cambio. Desde allí, uno podría pensar que la forma de intercambio mercancía por mercancía (M-M) fue mutando a M-D-M, en donde D es el dinero (en ese momento otro bien) que actúa como intermediario.

   Con el devenir de los años, el oro y la plata se fueron consolidando como equivalentes generales a nivel universal, debido a las facilidades de su transporte y a su subsistencia a lo largo del tiempo. Asimismo, dichas piezas en metal comenzaron a ser acuñadas por los diversos gobiernos a fin de garantizar su validez universal. Luego, ya no importaba realmente el peso que la moneda tenía en sí, sino que era relevante lo que su acuñación decía que valía ya que estaba certificada por alguna autoridad confiable.

   Posteriormente, aparece en escena el dinero papel cuya creación se suele atribuir a los orfebres y comerciantes de la Edad Media que empezaron a ofrecer un servicio de custodia para metales preciosos, otorgando a cambio un papel como garantía de que sus depósitos estaban allí. Sin embargo, existen evidencias de que los primeros papeles moneda fueron elaborados por los chinos hacia el siglo VII.

   En rigor, podemos afirmar que el sistema de producción capitalista nace con el dinero papel como equivalente general con respaldo en oro -conocido como “patrón oro”- y éste fue usado mundialmente hasta, al menos, la primera guerra mundial. Posteriormente, hubo dos grandes cambios en materia de dinero a nivel internacional, veamos:

   En primer lugar, la adopción del dólar estadounidense como medida de intercambio convertible a nivel global a través de los acuerdos de Bretton Woods al finalizar la segunda guerra mundial, en donde se establece que solo el dólar estadounidense es convertible en oro a razón de US$ 35 por onza para todos los gobiernos foráneos.

   En segundo lugar, la unilateral determinación del presidente republicano Richard Nixon en 1971, de suspender la convertibilidad del dólar en oro para el público, debido al excesivo gasto fiscal de EEUU en esos años motivado por el gran crecimiento del gasto bélico a razón del conflicto armado con Vietnam. Al poco tiempo, en 1973, se termina definitivamente con la conversión mundial del dinero papel en oro para todos los gobiernos del mundo.

   Desde entonces, el mundo se rige por el llamado “dinero fiduciario” o ficticio. Analicemos un poco esta irracionalidad capitalista que vivimos como natural día a día.


   El dinero fiduciario basa su valor en la creencia o fe de la gente de que será aceptado por un país o región económica como forma de intercambio de mercancías. Es decir, el sistema capitalista actual se mueve con un dinero papel que no tiene contrapartida en oro ni en ningún otro metal precioso, sino que se sustenta en la creencia que inspira a través del estado, los bancos y el crédito.

   En principio, uno podría pensar que esta forma de intercambio no debería acarrear mayores problemas siempre y cuando tenga un sustento real y no sean papelitos de juguete que no representan nada material. En concreto, para que el conjunto del dinero fiduciario en circulación no sea una farsa mundialmente aceptada e incuestionable, debe ser siempre igual al total de bienes y servicios producidos por un país en un periodo determinado, es decir, su PBI. Sin embargo, los estados nacionales operan de otra manera, imprimiendo más billetes que los bienes que lo sustentan como forma de autofinanciarse.

   Para entender esto hay que hacer una salvedad en este punto: la creación de dinero en nuestro sistema económico actual está dada por dos entes: el banco central que imprime el dinero como efectivo o “dinero legal” y el conjunto de bancos privados que otorgan créditos constantemente generando el llamado “dinero bancario”. Estos últimos son regulados por el banco central a través del denominado encaje bancario. Veamos que significa esto:

    Los bancos toman el dinero que los clientes depositan a modo de ahorro o capitalización. A su vez, prestan dinero a modo de crédito a otros clientes. Ahora bien, el banco central establece un mínimo de dinero que los bancos privados deben conservar en sus arcas dejando “liberado” el resto del dinero disponible. Ese mínimo (variable) que establece un estado como política monetaria a través de su banco central es el llamado “encaje bancario”. En Argentina, por ejemplo, el encaje bancario actual es del 19% del monto depositado. Es decir, si una persona pone en plazo fijo $ 1000, el banco puede prestar a otro cliente $ 810. Y, siguiendo el mismo razonamiento, de esos $ 810 que, supongamos, se depositan en ese u otro banco, se podrá prestar $ 656, y así sucesivamente. Esto da como resultado lo que las entidades financieras conocen como multiplicador bancario que se calcula como “1/encaje”, lo que en este caso equivaldría a decir que por cada billete depositado el banco crea 5,26 (1/0.19=5.26). En criollo, lo que se genera es dinero totalmente ficticio que el banco “crea” desde una computadora pero que en verdad no tiene un correlato con el PBI del país. Es decir, se crea dinero de la nada en base a la deuda y a la confianza que se tiene en que todos podrán pagar sus pasivos y que los ahorristas no irán a sacar todos juntos sus depósitos.

   Pero, ¿cuales son las consecuencias de tamaña irracionalidad?

   En primera instancia, se genera inflación porque no hay correlato alguno entre el dinero circulante en papel y el total de bienes y servicios que esa nación produce.

  En segundo lugar, se establece como norma de supervivencia financiera la deuda en donde todos, inevitablemente, quedamos enganchados al circuito bancario ya que, de pedir nuestro dinero depositado, nos convertiríamos en acreedores del banco central, permitiéndole generar nueva deuda, que no es más que una promesa de fabricar a futuro más bienes y servicios que, generalmente, no se logran fabricar.

  Esta burbuja financiera hace que se genere una casta parasitaria de especuladores que simulan tener, prestar y pedir prestado un dinero que no tiene sustento material en el trabajo productivo. Tarde o temprano esto estalla y los que pagan la cuenta son siempre los trabajadores ya que éstos si son quienes operan la materia y generan valor agregado para la sociedad. Un claro ejemplo de esto, es la burbuja económica en la que se metió el mundo capitalista en estos últimos años en donde, llegado el momento del colapso financiero, los gobiernos deben optar si rescatar a los bancos inyectando inmensas sumas de dinero en el circuito económico o dejarlos quebrar. Debido al carácter burgués de los estados capitalistas siempre optaran por la primera opción sacando el dinero del bolsillo del trabajador.

   Otro dato para nada menor por su irracionalidad es que el dinero fiduciario es un dinero nacional, lo que significa que sólo puede utilizarse en las áreas monetarias delimitadas por el banco central. Esto es ridículo sabiendo que la economía capitalista -con su división del trabajo y con sus intercambios de mercancías- es en tanto economía mundial interrelacionada.

   Cuando afirmamos que el dinero fiduciario es un pasivo impago, suena raro pensar que tenga un valor socialmente aceptado. Pues bien, en el mundo del revés del capital esto es normal ya que el estado acepta que le paguemos los impuestos con ese “dinero deuda”, los bancos privados nos pueden dar intereses muy jugosos por depositar ese dinero irreal ya que ellos podrán crear, de esa manera, más dinero ficticio. En concreto, el sistema capitalista actual puede convertir un pasivo impago en un activo que esconde, en su imagen aparentemente sólida, otro pasivo impago. Lo que lleva a concluir que la fuente del crecimiento es, desde hace 40 años, la deuda, seguida de crisis y ajustes cíclicos.

   En el sistema de producción capitalista, el dinero es la mercancía general que sirve para transformar los valores en precios. Cumple la función de ser un medio de circulación, un medio de pago y un medio de atesoramiento. Los economistas defensores del sistema capitalista no pueden -o no quieren- ver que el dinero no es un objeto dado, producto del acuerdo entre los hombres, sino que es el resultado del proceso evolutivo de intercambio de mercancías en donde el valor experimenta sucesivos cambios de forma. Y es aquí donde aparece el concepto de fetichismo, sobre el cual se funda la lógica del capital.

   El fetichismo es la incapacidad de los hombres de ver las relaciones sociales de producción que hay detrás de las cosas. En el caso del dinero, el gobierno discute tal o cual política monetaria y la sociedad debate en torno a eso, sin comprender que ese dinero fiduciario no es algo en sí mismo sino la expresión en papeles del valor de cambio de las mercancías que se producen gracias al trabajo de los obreros. El motivo por el cual la sociedad no puede ver dicho trasfondo se deriva de que, en el mundo capitalista, el trabajo no es social y planificado sino individual y anárquico. Ergo, el carácter social de las cosas no se ve en el proceso de producción sino en el intercambio, donde interviene el dinero. Pero, como no queda en claro que es lo que se ha convertido en dinero, éste pareciera tener vida por sí mismo, en tanto que no es mas que una especulación de parásitos usureros que viven del trabajo ajeno.

   En conclusión, podemos afirmar que el dinero fiduciario es el escalón monetario más abstracto del devenir socio productivo. Se ha llegado a tal punto de abstracción y fetichismo que el dinero existe, en su mayor parte, en los sistemas informáticos de los bancos privados. Esas grandes cantidades de dinero fiduciario electrónico no existen en papel ni tienen relación alguna con los bienes y servicios producidos por un país en un período de tiempo dado.

   Creo que sólo un porcentaje mínimo de la población mundial sabe que el dinero en el sistema capitalista actual se crea por medios electrónicos -es decir, que no existe siquiera como papel- y que se basa en una deuda interminable e impagable por su propio origen que crece exponencialmente hasta que, llegado determinado momento, colapsa generando un estallido financiero que termina pagando el conjunto de la clase trabajadora asalariada. Desde allí, el ciclo de especulación financiera recomienza desde cero.

   Es fundamental comprender esta gran mentira mundial, este fetichismo, esta irracionalidad súper abstracta que nos hace rehenes de un sistema de explotación que tergiversa todos nuestros deseos, necesidades y valores como humanidad reduciendo todo a un presente efímero y consumista.

viernes, 2 de marzo de 2012

El tren hacia la muerte: un viaje sobre los rieles de la corrupción capitalista


“Como un auxiliar de esta acción divisionista encontramos en ella una cierta connotación mesiánica, por medio de la cual los dominadores pretenden aparecer como salvadores de los hombres a quienes deshumanizan. Sin embargo, en el fondo el mesianismo contenido en su acción no consigue esconder sus intenciones; lo que desean realmente es salvarse a sí mismos. Es la salvación de sus riquezas, su poder, su estilo de vida, con los cuales aplastan a los demás”
Paulo Freire

“Nadie amasa una fortuna sin hacer harina a los demás”
Manolito (Mafalda)

Pasó lo que la realidad anunciaba: un tren de la línea Sarmiento no pudo detenerse en la estación terminal Once e impactó contra la barrera de contención  del andén, ocasionando la muerte de 51 personas y las heridas de cientos y cientos.
Pasó lo que todos sabían que pasaría, lo que ha pasado muchas veces en menor medida sin llegar a ser una masacre y así seguíamos…pero esta vez pasó y muchos sufrieron, se indignaron, sintieron al capitalismo más perverso y corrupto encima de sus cabezas.
El motivo por el cual la gente se indigna es el mismo motivo por el cual a muchos -empezando por los dirigentes estatales y empresariales- no les importa ni un poco, a saber: se trataba de gente trabajadora, común, de todas las edades, pobre, esa que viene del “lejano oeste” a trabajar todos los días o, desde otra visión, lo que mucha “gente bien” piensa y poca se anima a decir: negros de mierda del conurbano.
A la clase trabajadora le pegó fuerte porque sabe bien de qué se trata. Viajar todos los días en forma deplorable, entrando a las patadas, por las ventanas, colgados en las puertas o en el entre vagón es algo de todos los días, como ir a trabajar y que te menosprecien. Esa “normalidad” que en Argentina se transforma en naturalidad en un abrir y cerrar de ojos y que ya nadie nunca más cuestionará hasta que pasa algo como lo de Once.
Si el capitalismo aumenta nuestras posibilidades reales de morir y empeora nuestra calidad de vida en el día a día, en Argentina estas características se exacerban para la población pobre. Los que tienen temen que los que no tienen les roben, se organicen, expropien, esa bandera roja que siempre aflora por algún lado. Los que no tienen temen que los que tienen los maten con sus robos de cuello blanco, con su explotación, con su inoperancia de chupa sangre con pocas luces, con su corrupción. La lógica individualista del capitalismo genera miedo en las dos clases antagónicas. Nadie está tranquilo porque todos temen. El siervo al látigo del amo, el amo a quedarse sin látigo.
Como mencionaba previamente, no es novedad que esto pase y todo el que vive en Argentina lo sabe. De hecho, el incidente ferroviario más reciente ocurrió en enero de este mismo año cuando ocho personas sufrieron heridas por caer a las vías del tren San Martín, donde viajaban en los escalones. Un mes antes, dieciocho personas habían sido heridas cuando un tren de la línea Roca chocó a otro que estaba detenido en la estación de Temperley. Anteriormente, entre 2010 y 2011, se habían vivido seis situaciones más, entre las que se destacan: el choque entre un tren y un colectivo en el barrio de Flores, donde murieron once personas y el choque entre dos formaciones del ferrocarril San Martín en San Miguel en donde se lamentaron cuatro muertes y más de un centenar de heridos[1]. Los ejemplos son numerosos y la ridiculez de que todavía existan pasos a nivel con obsoletas señalizaciones porque no se iniciaron las obras de soterramiento arriesga la vida de cada uno de nosotros cada vez que cruzamos una vía.
Tampoco es un problema de la red ferroviaria únicamente. Es, más bien, un problema del sistema de transportes en Argentina. En 2011, murieron -en promedio- 21 personas por día en accidentes de tránsito, siendo la principal causa de muerte de personas menores de 35 años en nuestro país.
En rigor, salir cada día a la calle es una lotería en donde la muerte es el primer premio. El gobierno que se dice nacional y popular es el principal responsable de hacer jugar, involuntariamente, a toda la población trabajadora a esta tómbola macabra.
En el caso particular del accidente de Once, la masacre se vio exacerbada por la inoperancia de los equipos de rescate. Varios días llevo identificar a los cuerpos heridos y difuntos pero lo más aberrante es que hubo un caso con nombre propio que se ha convertido en la imagen de la bronca, la impotencia, la tristeza: Lucas, un joven de 20 años que murió aplastado por el impacto y que fue encontrado 57 horas después del accidente en el mismo tren que, supuestamente, había sido revisado varias veces por los responsables de las tareas de rescate.
 Es cierto que la desinversión estatal no es sólo obra de este gobierno. Hace décadas que esto sucede. Pero no por ello el gobierno de CFK es menos responsable. Como en tantas otras cuestiones, es un continuador de las políticas defensoras de los intereses del capital en perjuicio de los sectores trabajadores de la sociedad argentina.
Es verdad que Menem aniquiló lo que quedaba de un ferrocarril ya maltrecho pero también es cierto que De la Rúa no movió un dedo, que Duhalde continuó con las concesiones declarando la emergencia del transporte y que los Kirchner -y su funcionario Ricardo Jaime- eran aliados directos de los empresarios que no invertían y que se guardaban en sus bolsillos los subsidios millonarios que el estado entregaba, privilegiando el uso del transporte de mercaderías por camiones en las también maltrechas rutas argentinas.
Por su parte, la dirigencia kirchnerista no hace más que sostener que lo acontecido en Once es el legado de las políticas neoliberales de los 90, sumada a la irresponsabilidad de la empresa TBA, encargada de administrar el ramal Mitre y Sarmiento del ferrocarril. El gobierno pretende despegarse del grupo Cirigliano de varias formas, aunque siempre denota una incapacidad política y técnica asombrosa y una falta de “tacto humano” que se expresa en las declaraciones y los silencios de sus principales dirigentes, veamos:
El primero en hablar fue el secretario de transporte, Juan Pablo Schiavi, quién sostuvo que si hubo tantos accidentados fue por esa “cultura” argentina de viajar en el primer vagón para bajar antes. Parece que el señor Schiavi no conoce las presiones que reciben los trabajadores con el plus por presentismo. Esa “cultura” argentina se llama no llegar tarde para no cobrar menos, ser sancionado o directamente despedido.
Otra gloriosa declaración de este mamarracho inoperante -que hace poco tiempo trabajaba para Macri y ahora se pelea con él, como el mejor militante camporista- fue decir que, si hubiese sido feriado, el choque no hubiese sido tan trágico. Perfecto, de lo que se trata es de no salir de casa así no pasa nada trágico y no andamos reclamándole “pavadas” al gobierno nacional que tiene cosas más importantes que atender…como Malvinas (?)
Al poco tiempo, salieron a la luz más declaraciones de otros funcionarios K, como las del Jefe de Gabinete, Abal Medina, quién sostuvo que “el problema de los trenes es un mal heredado del gobierno de Frondizi” y que “las vidas que se perdieron, se perdieron”. Además, no dudo en destacar la inversión “histórica” del gobierno en la red ferroviaria. Ninguna alusión a la inoperancia y desinversión de TBA, ni a los controles que el gobierno actual debería ejercer sobre la empresa responsable.
El gobierno nacional se consagró con una frase que roza lo perverso, cuando Nilda Garré afirmó que el joven "se encontraba dentro de la cabina de conducción del motorman del cuarto vagón, lugar vedado a los pasajeros, que se hallaba en desuso y sin comunicación con el interior del mismo por hallarse las puertas clausuradas". Una nefasta declaración que pone como responsable a la víctima de una situación de corrupción extrema de la que ella forma parte o, al menos, es cómplice.
Finalmente, la presidenta, abanderada de los humildes, opto por el silencio y un viajecito al Calafate como para relajar un poco. Apareció en un discurso en Rosario, casi una semana después de lo ocurrido, en donde se victimizó de una forma asquerosa, con un discurso que refirió a Dios y “a él”. Se intentó camuflar entre los que padecen el dolor de una pérdida, como si  la muerte de su marido fuera comparable con las muertes que su gobierno ocasiona día a día con sus políticas para empresarios.
En resumen, la actitud del gobierno fue oscilante entre el “despegue” de la situación, el silencio y una serie de frases que generaron más repudio. Se buscó también responsabilizar al maquinista del tren y recurrir al tan conocido “error humano”. Pero hubo un hecho que materializó la cara de piedra y el doble discurso, baluartes de este gobierno Nac & Pop, a saber: la presentación como querellante en la causa que investiga lo sucedido en Once. Esto es simplemente aberrante y ningún jurista honesto puede permitirlo. Los querellantes deben ser los familiares de las víctimas y no los responsables de dicha masacre. Es una actitud que busca desentenderse de su responsabilidad y que busca ser juez y parte de la causa. De hecho, es una estrategia que varios “vivos” intentaron usar en otras situaciones: por ejemplo, con el crimen de María Marta García Belsunce, su marido, Carlos Carrascosa, se intentó presentar como querellante, pero la justicia se lo impidió. No actuó igual respecto del gobierno nacional.
El gobierno sabe que es cómplice y responsable del estado de los trenes, sabe que el grupo Cirigliano creció como nunca desde los 90 a esta parte y sabe que el Secretario de Transporte de Néstor, Ricardo Jaime, era un aliado incondicional de dicho grupo empresario, acusado y procesado por varias acciones ilegales en pos de beneficiar a TBA. Lo peor, y el gobierno K también lo sabe, es que la gente lo ve todos los días, que no puede ocultarse con un par de informes bien editados por 678 porque la gente padece el mal funcionamiento a diario.
Tampoco son manipulables los datos duros que aporta la Auditoría General de la Nación y la CNRT, organismo dependiente del estado nacional, quién entre 2002 y 2011 labró 451 infracciones contra TBA por el mal funcionamiento del servicio, ni son manipulables las declaraciones de los delegados combativos de la Lista Bordó que hace años que vienen denunciando las irregularidades que ponen en riesgo la vida de operarios y pasajeros a diario.
Pero no, el gobierno actúa como si nada, interviene TBA recién ahora y “apura” públicamente a la justica poniéndose a la vanguardia de una investigación que lo debería poner en la primera fila del banquillo de los acusados.
En rigor, lo de Once no es un accidente, ni una tragedia sino más bien una masacre o directamente un crimen, un crimen social de la lógica capitalista con un estado burgués que deja hacer a cualquier precio. Al igual que Cromañon o los derrumbes que hubo últimamente en la Ciudad de Buenos Aires, todos saben que esta desidia acumulada en algún momento estalla pero de todos modos no importa si total después nos lavamos las culpas, lo recordamos “a él” que nos mira desde el cielo, todos lloramos, reconocemos que somos un poco culpables, que es parte de la cultura argentina y dale que va…
Toda vez que suceden este tipo de masacres digitadas desde el poder, quedan a las claras las incapacidades del capitalismo argentino de invertir lo necesario para preservar, como mínimo, la seguridad de los trabajadores. Los empresarios solo buscan maximizar las ganancias reduciendo los costos, como buen burgués, pero en Argentina se encuentran con la facilidad de tener un estado mega corrupto e inoperante que le da rienda libre a su instinto chupa sangre y asesino.
Lo paradójico de lo ocurrido en Once es que, en este caso, la masacre la fuimos financiando nosotros a través de los subsidios otorgados durante todos estos años. Es decir, los trabajadores en Argentina van pagando su propia sepultura en cuotas hasta el día en que una simple acción rutinaria como trasladarse al trabajo puede devenir en una sangrienta película de terror, dolor y negligencia.
En conclusión, este es un crimen súper anunciado que se produce exclusivamente por la lógica del capitalismo que, en Argentina, aparece como más dramático porque, gracias a la visión cortoplacista que reina en todos lados, ni siquiera se procura preservar la vida del obrero al que se le pretende expropiar el fruto de su trabajo, como si se hace en países capitalistas más desarrollados.
Sin embargo, esto no equivale a decir que no hay nada por hacer porque es un suceso propio del capitalismo. Por el contrario, es el momento de reclamar la inmediata renuncia de, al menos, el secretario de transporte y el ministro de planificación.
Acto seguido, exigir el juicio y castigo a los dueños de TBA y a todos los que actuaron en complicidad con estos empresarios.
Finalmente, exigir la inmediata nacionalización de todo el sistema de ferrocarriles. Aquí el tema es más complejo porque no alcanza con que el mismo estado corrupto que no supo controlar a los empresarios de TBA, ahora se haga cargo de la administración de los trenes. Es urgentemente necesario que la gestión del ferrocarril esté auditada por los trabajadores ferroviarios y por los usuarios que deseen participar. Solo de esta manera, podemos presionar para que el capital y sus representantes no se sientan impunes de hacer lo que le plazca jugándose la vida de la clase trabajadora en esta ruleta rusa de hierro.


[1] Se estima que, entre 1996 y 2004, los accidentes registrados solo en el ramal Sarmiento fueron 1.198, en tanto que, entre 2004 y 2012, se registraron 1700 heridos y 125 muertos  a nivel nacional.