miércoles, 8 de febrero de 2012

Malvinas: confusión, patrioterismo e ideología.

El verdadero modo de vengarse de un enemigo, es no asemejársele”                                                                                                                   Marco Aurelio
                                     “En el fondo, la ideología tiene un poder de persuasión indiscutible. El discurso ideológico amenaza anestesiar nuestra mente, confundir la curiosidad, distorsionar la percepción de los hechos, de las cosas, de los acontecimientos”
Paulo Freire

Una vez más se vuelve al tema Malvinas. La nueva edición de la novela diplo-mediática veraniega comenzó cuando la presidenta argentina le pidió enérgicamente a los países del Mercosur vetar el ingreso a los barcos con bandera de las Islas Malvinas en el marco de la “Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Mercosur y Estados Asociados”, realizada el pasado 20 de diciembre de 2011. Todos los presidentes accedieron a la petición, incluido el ultra derechista presidente de Chile, Sebastián Piñera, quién se encontraba con todas las miradas sobre sí en aquel momento. Acto seguido, todos aplaudiendo “un reclamo más que legítimo”, “una muestra de la autodeterminación de los pueblos del Mercosur” con su plantel de presidentes progres en contra de una súper potencia imperialista. Todo muy lindo, muy patriótico, la presidenta a la vanguardia del latinoamericanismo.
Ahora bien, ¿qué quiere decir en verdad esto de prohibir barcos con bandera de Malvinas? Por empezar algo muy simbólico, solo obliga a dichos barcos a cambiar la bandera para ingresar a los puertos que, de otro modo, no lo permitirían. Más allá de esto, ¿qué otra cosa significa? Bueno, es concretamente una provocación simbólica innecesaria que demuestra un patrioterismo barato, un corso peronista, una fiesta nac & pop, una evasión para discutir problemas mucho más claros, concretos y que afectarán en el corto plazo, a saber: la quita de subsidios y el ajuste liso y llano de la economía argentina. O lo que equivale a decir: hacerle pagar las cuentas a los trabajadores que ven como se desgasta su salario real. También es evitar hablar de Famatina y la resistencia de su pueblo en contra de las empresas mineras que se llevan el oro dejando solo unas migajas y grandes agujeros en el cordón montañoso cordillerano.
Desde esa decisión a fines de diciembre, los medios –particularmente Página 12- agarraron este tema como baluarte kirchnerista para demostrar uno de los tres pilares de la filosofía peronista: la soberanía política. Luego, las declaraciones cruzadas, que Hague dijo que Brasil y Chile no lo harían, que Cameron nos dijo colonialistas, que el príncipe viene en helicóptero “con el traje del colonizador” y un cotorreo a lo Fort-Rial.
Claro que puede ser que también a Inglaterra le convenga cruzarse unas declaraciones vulgares con algún político de cotillón argentino como plantea el Chicago Boy Boudou. Es cierto, tiene problemas más importantes que atender o evadir: la voluntad independentista de Escocia o la crisis europea que estrangula su economía.
Pero lo importante es que no hay planteos serios y realistas sobre Malvinas. Del lado argentino, lo que se plantea es demostrar que el peronismo progre la tiene grande y que no se va a callar nada. Del lado inglés, se busca demostrar que el imperio de la reina la tiene más grande que cualquier país sudaca con altanería y viveza criolla.
En rigor, el tema Malvinas admite varias posibilidades. Descontada la posibilidad de no hacer nada y dejar todo como está, veamos algunas opciones:
1- Imitando a la paupérrima dictadura iniciar un proceso bélico para tomar las islas. Serviría como toda guerra para crear un enemigo externo, uniendo con sentimiento nacional las diferencias y hostilidades internas. Todos a la plaza a agitar banderas argentinas mientras 678 anuncia que “vamos ganando”, por la memoria de Néstor. Demasiado trillado, ya visto, demasiado nacionalista pero en el sentido gorilón, poco acorde con la política “dialoguista” del modelo K, basado en los derechos humanos. Además, una locura lisa y llana, un suicidio en masa digitado desde el poder, una puesta de mejilla para que nos rompan bien la cara y a llorar a la iglesia.
2- Tomar la política de la insistencia áspera con la negociación diplomática tal como se habla ahora desde el gobierno. Es decir, plantear que se quiere recuperar Malvinas por la buena voluntad del Reino Unido y, si no nos escuchan o nos contestan con agravios, respondemos con guapeza argentina, con el orgullo del ser nacional, tomamos medidas absurdas que solo generan cólera a un país que, por donde se lo mire, nos pasa por arriba varias veces.
3- Entender que los pueblos colonizados que lograron su independencia parcial o total en estos últimos años lo hicieron porque existe una autodeterminación de éstos en querer ser otra cosa. Es decir, pueblos que no se identifican con su colonizador.
¿Cuál es la particularidad de Malvinas en este sentido? Que la gente que allí vive, los kelpers, no son argentinos, ni se sienten colonizados, ni tampoco colonizadores, ni tienen ganas de pertenecer a lo que su plataforma continental dice. Entonces, la situación es muy peculiar y no alcanza con la buena voluntad de una vieja reina, ni del principito volador de helicópteros, ni de las declaraciones de Timmerman o Boudou.
La verdad es que se quiere poseer un territorio que, a primera vista, poco tiene que ver con Argentina. De hecho, las Malvinas, aunque no se sabe a ciencia cierta, fueron descubiertas primeramente por franceses, holandeses, ingleses y españoles. El Estado argentino envió recién en 1820 a un representante -Vernet- para habitar, gobernar y explotar los recursos de las islas que deben su nombre en castellano a los navegantes franceses de St.Malo, “los malouaines”. Trece años después, esos territorios se anexaron a la corona británica y fueron gobernados por ésta durante 150 años hasta que un borracho con pocas luces decidió mandar a la muerte a pibes que hacían la colimba. En concreto, el gobierno argentino solo gobernó el territorio reclamado durante 13 años, los británicos durante 180. Es decir, las Malvinas no eran de ningún “pueblo originario” y la compleja trama de esa falsedad burguesa que son los estado-nación hizo que esos territorios se disputaran por la fuerza como se hacía por aquel entonces, tal como el gobierno argentino hizo con montones de territorios anexados años después. Deberíamos considerarnos, todos los argentinos, unos ocupantes ilegítimos porque la mayoría somos descendientes de europeos. ¿Qué diferencia hay con los kelpers que se sienten nativos de las islas y, de hecho, lo son?
Pero momento! Esto no significa que crea que las islas deben pertenecer a Gran Bretaña. Todo lo contrario, lo creo un reclamo argentino más que legítimo por el simple hecho de disputarle algo a una súper potencia imperialista y creo que el argumento geográfico es el único sólido, pero existe un dato para nada menor y es el hecho de que sus habitantes se sientan más cercanos a un inglés (sus antecesores) que a un argentino más allá de la distancia geográfica, que verdaderamente quieren a sus Falklands y no a las Malvinas. Hay que comprender que los habitantes actuales son los descendientes de esos primeros isleños que llegaron a las islas en el desembarco británico de 1833, convirtiéndose en los únicos pobladores por aquel entonces y que entienden a los argentinos, gracias a la guerra comenzada en 1982, como un país invasor.
¿Y que representa esto, cipayo anti nacional y popular? Que la política sobre Malvinas debe partir de comprender a sus habitantes nativos y no al premier británico o sus secuaces. En concordancia, quizá la opción más viable para la Argentina, considerando la correlación de fuerzas respecto de Inglaterra, sea la opción del acercamiento cultural con los kelpers, la comprensión de que hay que ganarse su simpatía, otorgar concesiones, fomentar la relación comercial, turística y cultural con estos 3100 habitantes originarios de las islas, más que el diálogo picante con la corona británica que tanto gusta a nuestros medios de comunicación sensacionalistas.
Procurar que el pueblo residente en las islas depure la imagen negativa que tienen sobre “lo argentino” puede permitir que nuestro país se posicione de otra manera frente al reclamo. Desde allí, si se podría discutir más seriamente el tema planteando distintas alternativas que podrán evaluarse llegado el momento oportuno y que pueden variar desde una incorporación plena de las islas al Estado argentino hasta el ensayo de otras formas de gobierno -como estado libre asociado- o un mismo país con dos gobiernos distintos pero muy relacionados económicamente a la manera de China con los territorios de Hong Kong y Macao.
De otra forma, seguiremos alimentando la bronca del gran señor real sin poseer la fuerza militar necesaria para enfrentarlo. Por lo pronto, lo más inteligente es la prudencia, el acercamiento a los kelpers por canales informales y la espera del sabio que vislumbra aires de cambio en la geopolítica del siglo XXI.
En conclusión, cabe preguntar: ¿Por qué el gobierno nacional se ocupa ahora del tema Malvinas aplicando una estrategia que, a las claras, no rendirá ningún fruto en tanto posesión de dicho territorio? Como respuesta existen dos opciones: o son un conjunto de estúpidos inoperantes que están destinados al fracaso en materia internacional y, porque no, nacional, o bien son muy hábiles e inteligentes y la tan mentada “recuperación” no es tal y hay otro interés, a saber: la delimitación de una agenda política, ideológica, mediática, el poder de decir cuando se habla de algo y cuando se deja de hablar de otra cosa. Un poder que el gobierno kirchnerista sabe manejar con suma habilidad. Un poder de manipulación superestructural que, en este caso, toma un tema que toca “la” fibra sensible del pueblo argentino, un tema que todos hacen propio porque toda su vida les dijeron que las Malvinas son argentinas. La cúpula dirigente gatopardista del kirchnerismo sonríe con la mirada del poderoso y, entre tanta banderita argentina que grita “las Malvinas son nuestras!”, aflora una voz acallada que solloza: Famatina no se toca!


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